En una reciente investigación de la doctora Elisabeth Kirby, de la Universidad de California, se ha comprobado, una vez más, la directa conexión entre los niveles de estrés y nuestro rendimiento profesional.
La investigación demuestra que determinados niveles de estrés, cuando son puntuales y se producen de forma intermitente, pueden aumentar nuestro rendimiento hasta convertirlo en óptimo. Sin embargo, cuando tenemos una experiencia de prolongado o continuado estrés, llega un momento (umbral) en que nuestro rendimiento cae en picado, hasta convertirnos en personas dispersas, confusas y con bajo rendimiento.
El ser humano, hace millones de años, cuando su cerebro no estaba tan evolucionado, tenía estas experiencias puntuales e intermitentes de estrés, al igual que un ciervo o cualquier otro animal. Un ciervo experimenta estrés, y sus reacciones fisiológicas asociadas, cuando un depredador aparece y le persigue para devorarlo. El estrés puntual funciona como un mecanismo de defensa ante una amenaza a su supervivencia, y le hace correr a la máxima velocidad que puede. Si se salva, dicho estrés desaparece casi inmediatamente, porque el ciervo no sigue agobiado o estresado pensando en lo que le ha sucedido hace un rato.
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